Deja que retuerza hoy tu corazón,
Si no lo ha endurecido la perversidad;
Si no se ha petrificado aún, en tu pecho;
Si impresión alguna cala aún en su seno,
Si algún sentimiento mueve su palpitar
¿Me preguntas qué has hecho?
Suena imposible
Que tu conciencia no ose despertar;
Que tú me reproches, cual alma impoluta
Que venga ante ti con fiera hostilidad
Que tus actos empañan el pudor y la gracia,
Dejando un estigma en la faz de la bondad;
Y han vuelto perjurio los sagrados votos
Que se pronunciaron, en tiempo remoto,
Ante inmaculado y sublime altar
Horrible es tu crimen, y horrible tu castigo
Ha de ser el día del Juicio Final
¿Puedes contemplar esos dos retratos?
Posee uno de ellos la gracia de la deidad,
Gentileza y fuerza, verdadero hombre;
Que todas las gracias plasmaron los dioses
En el primer rostro que dijiste amar
Mas cambiaste tú deliciosa colina,
Para revolcarte en un cenagal;
En un asesino, que por poseerte,
Condenó a su hermano a prematura muerte,
Y usurpó su sitio en el lecho nupcial
¿Qué demonio ruin ha cegado tus ojos?
Que no es, a tus años, la pasión fatal;
Nunca es la razón tan presa del delirio,
Para desoír la voz de lo divino,
Que acto tan infame, habría de condenar
Hiere en lo profundo de tu oscura alma,
La daga certera de esta gran verdad;
Son como un espejo mis crueles palabras,
Que muestran en ti, tan horribles manchas,
Que ningún afeite logrará borrar
Porque has permutado la paz de tus días
Por vivir, corrupta, en tálamo falaz;
Prodigando halagos y caricias mustias
A un rey de retazos, en pocilga inmunda;
A una copia vil, sucia y montaraz
No atribuyas ya a mis desvaríos
El dedo que apunta tu yerro fatal;
Confiésale al cielo tu espantosa culpa,
No avives la llama que te ha hecho impura,
Vuélvete del vicio hacia la piedad
Si he partido en dos tu corazón negro
Al mostrar tu rostro, tras el antifaz,
Arroja a las llamas la mitad indigna
Vuelve a la virtud de tus primeros días
Y vive más pura con la otra mitad
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