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  • Foto del escritorMariana Escobar

Harry Potter Y La Mano De La Maestra Hechicera: Dibujo 2 (¿3?)


Tercer Dibujo: Dibuje su propia mano, en la posición que desee. Si dibuja usted con la derecha, copie su mano izquierda; si es usted zurdo, dibuje la mano derecha.

Betty Edwards



No, querido lector, no has enloquecido, ni ha habido un error en el título de esta publicación (tampoco yo estoy loca, aunque lo parezca). Mi segundo dibujo de esta serie es, técnicamente, el tercer dibujo requerido por el libro. Es sólo que, debido a ciertas dificultades con el tema del dibujo 2, y dado que soy una fiel creyente en la propiedad conmutativa (el orden de los factores no altera el resultado), he decidido saltarme temporalmente este requerimiento de doña Betty para pasar al dibujo 3.


(Lo siento, señora Edwards; yo sigo sus instrucciones, pero lo hago a mi manera).


El caso importante es que, para este nuevo dibujo, debía enfrentarme al reto de plasmar mi propia mano en un trozo de papel. Y que, como de costumbre, entre las opciones que tenía para la realización de esta tarea, decidí optar por algo desafiante que me significara un ejercicio de esgrima mental, como expresión gráfica de mi afición a la dificultad. Fue así como, de un simple dibujo diagnóstico, nació la pose que uno de mis más grandes amigos denominó como la posición de hechicera maestra. La profesora McGonagall del dibujo había nacido, aunque mi mejor amiga prefiera llamarme la Hermione Granger del Eje Cafetero.



Curiosamente, en la realización de este dibujo no enfrenté mayores demonios. Aprendí, no obstante, una cosa fundamental: la importancia de ver. La observación como arte es un principio fundamental del dibujo, y eso es algo que había leído en alguna oportunidad; sin embargo, lo que comprendí esta vez es que el ejercicio de ver involucra también el detenerse por un momento a visualizar de forma crítica un objetivo, antes de lanzarse sobre él, para determinar la mejor forma de abordarlo. De manera que me tardé dos días para descubrir cómo iniciar el dibujo, porque entendí que, para tomar el toro por los cuernos, debía identificar primero dónde se encontraban esos cuernos y cómo sobrevivir a ellos. Y supe que eso no lo habría de lograr mediante fijar mi mirada convulsa en el modelo por horas, sino por medio del análisis inteligente de aquello que tenía frente a mí. Incluso, si eso implicaba perderse del mundo en un parque, para encontrar la serenidad que siempre se requiere, de cara a cualquier reto.


Pero otra lección que aprendí en este proceso fue la importancia de apoyarte en personas que puedan dar luz a tus ojos, cuando ya no hallas más que tinieblas en los tuyos; y eso, más que una lección de dibujo, es una lección de vida. Mi mecenas, que en este proceso ha sido más un ángel fiscalizador que guardián (cosa que también agradezco), descubrió un error de dimensiones en el bosquejo ya finalizado; y ante mis intentos por mejorar aquello que ya no podía ver, llegó una ayuda inesperada, pero más que invaluable, y fue mi mamá; su mirada de águila me ayudó a materializar en acciones correctivas las observaciones de mi mecenas, y con ello, darle fin al error. Después de todo, recordé, doña Yolanda tampoco es ajena al arte de dibujar, y creo que, genéticamente hablando, que a mí me guste hacerlo es cosa suya. Así que, si ves algún mérito en la imagen que tienes a tu derecha, se lo debes al ojo crítico de mi mamá.


De esta manera, bienamado lector, en un instante pasé de creer que estaba a punto de convertirme en una hechicera maestra, a descubrir que la verdadera maestra y la que tiene la magia, es mi mamá. Pero no creas que este cambio de status me ha molestado en lo absoluto; por el contrario, este descubrimiento fue para mí, incluso, más maravilloso que el dibujo mismo. Ahora, además de mamá, tengo una aliada artística, y eso es absolutamente genial. Veremos si inyecta algo más de su magia en mis próximos conjuros.


Me gustaría saber qué opinas lector, después de aguantarte mis intentos por dibujar y mis disertaciones filosóficas al respecto. Por ahora, me despido, no sin antes invitarte a seguir mis aventuras por el mágico mundo del arte.



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