Cara Y Cruz
Regina guardó silencio por un instante. No estaba acostumbrada a abrir su corazón de esa manera. Agachó la cabeza como una niña avergonzada, pero orgullosa, que se ha caído de su caballo y no quiere admitir a nadie que se ha lastimado las rodillas; y miró entonces con fijeza sus manos mientras recobraba el aliento, para no tener que mirar a su acompañante. Estaba temblando; acaso fuera el viento frío que circundaba su alma y su cuerpo por igual, acaso el peso y el esfuerzo de