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  • Foto del escritorMariana Escobar

Testamento Para Un Príncipe Encantado


¿Qué te diría si te tuviese en frente? Probablemente nada. ¿Te sorprende? No debería. Fuera de mi escudo de papel y tinta (o su versión digital, si lo prefieres), la retórica que todos alaban se convierte en el balbuceo de un niño; especialmente si te tengo cerca. Quizás te hable del clima, mientras le huyo a tus ojos de cielo despejado; o te pregunte por nuestros amigos en común, en tanto que rezo porque ninguno de ellos aparezca. Tal vez disertaría sobre el lugar en el que nos hemos encontrado (el cual, por más que intento, no puedo imaginar), pensando en otros rincones que recorrimos juntos. Y pensaría, además, en las miles de aventuras que he tenido desde que me fui (desde que nos fuimos uno del otro, para ser exacta); esas aventuras que quisiera contarte, y que quizás valdrían el doble, si las hubiese vivido a tu lado. O quizás no.


Y, entonces, sonreiría entrecerrando los ojos, como sé que te gustaba, y me permitiría navegar un instante en los tuyos -sólo uno, lo prometo-, para ahogarme en ellos, como tanto me gustaba a mí.


Poco te diría; trivialidades, estoy segura. Así mi alma desbocada reviente por llenarte de detalles y recuerdos, que tal vez no valen ya. Y tú, sabiendo que en mi respiración siempre llevo una palabra, pensarías tras mi silencio (o mis frases de cajón), que ya no me importas. Acaso pensarás también que jamás fuiste importante, porque -si la memoria no te falla- ni siquiera llegué a escribir algún verso para ti; yo, que desbordo poesía. Ni por enterado que casi cada verso que viene a mi mente, y que nace del corazón que elegiste como hogar, tiene tu sonrisa y el color de tu pelo. Y el de tu mirada, por supuesto, el cual cambiaba con la luz. Menudo error, que llevo cuatro poemas y contando.


¡Si tan sólo mis escritos llegaran hasta ti! Pero es imposible. La poesía no es lo tuyo, así la inspires a rabiar (¡vaya ironía y de las malas!). Y así mis letras, huérfanas de padre, deambulan como fantasmas por continentes desconocidos, cantando en rincones que no transitas, sobre aquel perfume tuyo que parecía primavera; mientras tú caminas por las calles de esta ciudad desierta, ajeno a la magia que desprendes cuando respiras. Refunfuñando para tus adentros lo poco que en realidad te amaba, pues bien pronto te borré de mi corazón; y que no era verdad cuando te decía que te quería.


Entonces, en este hipotético encuentro que ya llega a su final, nos separaríamos con una sonrisa en los labios; y miles de palabras por decirnos tras de ella, sin que alguno de los dos tenga el valor para pronunciarlas. Con los recuerdos a flor de piel, de aquellos momentos que nos hicieron felices a los dos; y con la sensación amarga de que, pese a que nuestro camino continúe, un hilo ya rosado y desteñido por el llanto, nos seguirá uniendo para siempre. Tal vez no en el amor, mas sí en la conciencia de haber vivido una historia importante, que quedará en medio de otras historias, con el rótulo de lo que no pudo ser. Y esa conciencia, amparada por el silencio, será como un crimen compartido entre los dos.


Y así será que, mientras tú no dirás a nadie que me viste, y te recostarás en tu cama, pensando que ya no te quiero; yo estaré sentada en mi escritorio, contándole a mi pluma que te he encontrado nuevamente, y deshaciendo en versos aquellos sentimientos que frente a ti no pude decir. Después de todo, nuestra historia estuvo lleno de palabras sin pronunciar, sentimientos más grandes que nuestros sueños, y un final que nunca se perfiló como un felices para siempre. Nada de eso cambiaría, si nos volviésemos a ver.


Porque cuando un príncipe no lee, sino que escucha; y una princesa que escribe, no es capaz de declamar sus versos, solamente queda hacer testamento.


Y sé que ese, aunque todos lo lean, tampoco lo verás...



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