Mariana Escobar
Quédate

Quédate, donde agoniza el otoño,
Hazte verano, donde las golondrinas huyeron;
Siembra un capullo de primavera
En mi corazón, que ya se hace invierno
Quédate, aún en el rincón más oscuro,
En lo más siniestro de mis pensamientos;
Tinieblas que se han prolongado en los hilos
Desordenados de mi cabello
Para desbaratar uno a uno los nudos
Que han enredado mi ovillo de tiempo;
Para tejer con él mil instantes
Que nos abriguen, cuando invada el hielo
Quédate en la tibia, aunque tenue luz
Que desprende, por momentos,
La niña que aún vive en mí y que, asustada,
Se aferra a una muñeca de trapos viejos
La que te mira, dubitativa y curiosa
Por entre las rejas de sus tormentos;
Y se pregunta, si acaso en su celda
Serás pesadilla, o te harás ensueño
Quédate, aunque no puedas comprender
El mudo infierno que llevo adentro;
Y muéstrame, en una sola sonrisa,
Que sí es posible alcanzar el cielo
Que el dolor que me oprime y me abrasa
Es un calvario pasajero;
Y que este manantial de llanto
Ha de morir en el mar de tus besos
Quédate, acariciando mis tardes,
Mimando, en la noche, cada desvelo;
Y pinta conmigo mandalas
En todas mis páginas a blanco y negro
Quédate, sí
Porque no es cierto
Que haya cumplido mi parte,
En el pacto que ayer hiciéramos
Pues mi alma, sin querer, se deshace
Ante el leve aleteo de tus dedos,
Y mi boca se ahoga en un suspiro
Cuando encierra tu nombre entre silencios
Quédate, que no soporto la idea
De no poder verte de nuevo,
De hallar un día, en tu mirar de gitano,
El reflejo de unos ojos ajenos
Que muero, a lo lejos, por abrazarte,
Aunque de tu tacto me viva escondiendo,
Ante el temor de verte partir una tarde
Con pedazos de mí en el ala del sombrero
Quédate, donde agoniza el otoño,
Hazte verano, ahora que las golondrinas huyeron;
Que el inclemente frío se está acercando,
Y las flores más bellas ya están durmiendo
Porque, en la agonía de mi pobre llama,
Persiste, por ti, un cálido fuego
Y ya no ha de importar si me extingo
Si he de sucumbir en el lar de tu pecho