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  • Foto del escritorMariana Escobar

Altar De Peonías


Antonella se miró al espejo y sonrió. Su imagen, al otro lado del cristal, hizo lo mismo. Había recogido su cabello castaño en una trenza de estilo griego alrededor de su cabeza, y la había salpicado con pequeñas flores, dejando sólo unos tirabuzones a ambos lados del rostro. El vestido, de escote barco con mangas de encaje, y falda de raso plisada, resaltaba su figura. Al detenerse en la falda, observó por un momento aquella horrible mancha, producto de un contratiempo la última vez que se probara el vestido. Era lamentable; sin embargo, y quizás por agüero, había insistido en usarlo así. A pesar de ello, sus bellos ojos verdes terminaron su escrutinio, brillantes por la felicidad y satisfechos con el resultado. Estaba preciosa; pero, más importante aún: estaba lista.


A decir verdad, había estado lista siempre. Desde aquel lejano verano en que lo conociera, a la orilla del mar, Antonella supo que para ella nunca habría nadie más. El tiempo sólo había llegado y se había ido, para confirmar esa certeza. Nunca había habido dos personas más afines, nunca un amor más puro y más intenso; nunca dos almas más unidas, mejor predestinadas para estar juntas el resto de la vida. Para ser una, incluso, más allá de la muerte. Por eso cuando, finalmente, él le había propuesto matrimonio, tres meses atrás, no lo dudó ni un instante; sentía que había nacido para estar siempre a su lado. Y aquel día, ese sueño iba a hacerse realidad.


Pero no siempre había sido sencillo. Después de todo, era el día más importante de su vida y estaba sola, sin alguien que compartiese su felicidad; sin una mano que sujetase la suya cuando la invadiesen los nervios, ni un brazo cariñoso que la llevase al altar. Y es que, tras la primera dificultad que enfrentaran, su familia había procurado persuadirla para abandonarlo y comenzar de nuevo, en otro lugar, donde pudiese superar tan horribles recuerdos. Pero Antonella se había negado rotundamente. ¿Acaso no comprendían que él era todo para ella? ¿Que, sin él, su existencia no tenía ningún sentido? Estaba dispuesta a renunciar a todo por seguirlo a donde fuese. Finalmente, ante la incapacidad de los suyos por entender sus sentimientos, Antonella había decidido distanciarse de ellos. Era triste no poder contar ese día con las personas que amaba pero, dadas las circunstancias, era lo mejor. Aquella noche habría de reunirse con su amado en secreto, para sellar su unión, como lo planearan tiempo atrás; pero esta vez, sin la sombra de las dudas, sin temores ni conflictos… Y sería para siempre. Con el tiempo, esperaba, todos lo habrían de entender.


Antonella dirigió una última mirada a aquella que había sido su casa por tanto tiempo, y en la que había pasado sus horas más felices. Antes de salir, tomó entre sus manos el pequeño ramo de novia que aún conservaba, y lo acercó a sus labios; estaba hecho con peonías, las flores que a él tanto le gustaban. Sonrió al imaginar su expresión de sorpresa al ver que ella había elegido precisamente aquellas, como el símbolo de la vida que dejaban atrás; como inicio de aquella en la que sólo habrían de importar los dos. Y, entonces, se marchó…


A la mañana siguiente, la ciudad se despertó con la trágica noticia acerca de una joven vestida de novia, cuyo cadáver había sido encontrado en el cementerio, sobre una de las lápidas. De acuerdo a las investigaciones realizadas, se trataba de la misma joven que, semanas atrás, había acaparado los medios locales, tras haber sobrevivido a un atentado el día de su boda, y en el cual su prometido había encontrado la muerte. Al parecer, la joven, quien sufría desde el incidente de un cuadro crónico de depresión, habría ingresado al cementerio durante la noche, y acabado con su vida, en el mismo lugar en el que se encontraba la tumba de su prometido. Se presume que la joven ingirió algún tipo de veneno para llevar a cabo su cometido, pese a que su vestido presentaba rastros de sangre seca.


No se encontraron otros elementos en el lugar de los hechos, salvo un ramo de peonías, ya marchito. Aparentemente, el mismo que usara la desafortunada novia, el día de su fatídica boda.

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